Así que el rey pidió consejo y mandó hacer dos becerros de oro. Después dijo a los israelitas: —Ya no tenéis que ir más a Jerusalén. ¡Israel, aquí tienes a tu Dios, el que te sacó de Egipto!
Hizo una estatua idolátrica y la colocó en el Templo del que Dios había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este Templo y en Jerusalén, mi ciudad elegida entre todas las tribus de Israel, residirá mi nombre por siempre.
Viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar del monte, se presentaron en masa ante Aarón y le dijeron: —Anda, haznos un dios que nos guíe pues no sabemos qué le habrá pasado a ese Moisés, el hombre que nos sacó de Egipto.
este los recibió de sus manos e hizo con el oro fundido un becerro modelado a cincel. Entonces ellos exclamaron: —¡Israel, este es tu dios, el que te sacó de Egipto!
Muy pronto se han apartado del camino que yo les había indicado. Se han fabricado un becerro de metal al que adoran y ofrecen sacrificios al tiempo que proclaman: «¡Israel, este es tu dios, el que te sacó de Egipto!».
Y les dije: Desprendeos de todos y cada uno de los dioses falsos que os seducen y no os contaminéis con los ídolos de Egipto; yo soy el Señor, vuestro Dios.
Alargó una especie de mano y me agarró por los cabellos; el espíritu me levantó en vilo entre la tierra y el cielo y me llevó a Jerusalén, mediante una visión divina, hasta la entrada de la puerta interior que mira al norte, donde está instalado el ídolo que provoca los celos del Señor.
No os fabriquéis ídolos, ni levantéis esculturas o estatuas, ni erijáis en vuestra tierra piedras conmemorativas para postraros ante ellas, porque yo soy el Señor, vuestro Dios.
Con él hablo cara a cara, claramente y sin enigmas, mientras él contempla mi semblante. ¿Cómo, pues, os habéis atrevido a criticar a Moisés, mi siervo?
Siendo, pues, estirpe de Dios, no debemos suponer que la divinidad tenga algún parecido con esas imágenes de oro, plata o mármol, que son labradas por el arte y la inspiración humana.
¡Maldito sea quien haga un ídolo tallado o de metal fundido —creación humana, que el Señor abomina— y lo adore en secreto! Y el pueblo a una responderá: ¡Amén!
Partió el primer ángel, derramó su copa sobre la tierra y llagas repugnantes y dolorosas se abatieron sobre los que estaban tatuados con la marca de la bestia y adoraban su imagen.
A pesar de todo, quienes no fueron aniquilados por estas calamidades, se negaron a cambiar de conducta. Siguieron adorando a los demonios, a los ídolos de oro, plata, bronce, madera y piedra, dioses que no pueden ver, ni oír, ni caminar.
Y él le devolvió los mil cien siclos de plata. Y su madre dijo: —Consagro solemnemente, en favor de mi hijo, esta plata mía al Señor, para hacer con ella una imagen de madera y un ídolo de fundición.