Pero cuanto más los oprimían, más crecían y se extendían, hasta el punto que los egipcios empezaron a considerarlos un serio problema.
—Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación.
Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo; los introdujiste en la tierra que habías jurado dar a sus antepasados.
Al necio lo mata el despecho, y al simple lo remata la envidia.
Dios hizo que su pueblo prosperara, lo hizo más fuerte que sus rivales.
Él los bendice y prosperan, no deja que decrezca su ganado.
Por eso Dios premió a las comadronas. El pueblo siguió creciendo y haciéndose cada vez más poderoso;
Como los israelitas eran fecundos, se multiplicaron sobremanera, se hicieron fuertes y llenaron el país.
y dijo a su pueblo: —¡Daos cuenta de que los israelitas se están multiplicando y haciéndose más fuertes que nosotros!
No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo que pueda enfrentarse al Señor.
Cruel es la furia e impetuosa la cólera; mas ¿quién puede resistir a la envidia?
Así que Moab se alarmó al ver un pueblo tan numeroso. Asustado ante los israelitas,
En vista de ello, los fariseos comentaban entre sí: —Ya veis que no conseguimos nada; todo el mundo lo sigue.
Estamos seguros, además, de que todo colabora al bien de los que aman a Dios, de los que han sido elegidos conforme a su designio.
entonces tú dirás ante el Señor tu Dios: «Un arameo errante era mi padre. Bajó a Egipto y allí vivió como emigrante con un puñado de personas convirtiéndose en una nación grande, fuerte y numerosa.