El rey Nabucodonosor convocó a los sátrapas, prefectos, gobernadores, consejeros, tesoreros, juristas y jueces, así como a los que tuviesen alguna autoridad en la provincia, para que asistieran a la dedicación de la estatua que él había mandado erigir.
Los sátrapas, prefectos, gobernadores y consejeros del rey se acercaron a examinar a aquellos hombres: las llamas no habían tocado sus cuerpos ni les habían chamuscado los cabellos; seguían con las túnicas intactas y ni siquiera olían a quemado.
Pero aquellos hombres acudieron en masa al rey y le dijeron: —Ya sabes, majestad, que, según la ley de los medos y de los persas, todo real decreto es irrevocable una vez promulgado.
Recuerda, pueblo mío, lo que tramaba Balac, rey de Moab, y cómo respondió Balaán, hijo de Beor. [Recuerda cómo pasaste] de Sitín a Guilgal; así reconocerás las victorias del Señor.
¿Dónde está la guarida de los leones? En ella los cachorros se alimentaban; al salir el león, quedaba la leona para que nadie atemorizara a los cachorros.
Al amanecer, habiéndose reunido a deliberar los jefes de los sacerdotes, junto con los ancianos, los maestros de la ley y el Consejo Supremo en pleno, llevaron atado a Jesús y se lo entregaron a Pilato.