Haré que seas para este pueblo muralla de bronce inexpugnable. Lucharán contra ti, pero no te podrán, pues yo estoy contigo para ayudarte y salvarte —oráculo del Señor.
Entonces Nabucodonosor se arrimó más a la boca del horno ardiente y gritó: —Sadrac, Mesac y Abednegó, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Sadrac, Mesac y Abednegó salieron de en medio del fuego.
Pero aquellos hombres acudieron en masa al rey y le dijeron: —Ya sabes, majestad, que, según la ley de los medos y de los persas, todo real decreto es irrevocable una vez promulgado.
Mi Dios ha enviado a su ángel a cerrar la boca de los leones, y no me han hecho daño alguno. Él sabe que soy inocente y que no he cometido nada irregular contra ti, majestad.
Ordeno que en todos los dominios de mi reino todos veneren y respeten al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo y eterno; su reino no será aniquilado, su imperio durará hasta el fin.
Por lo que a mi vida respecta, en nada la aprecio. Solo aspiro a terminar mi carrera y a culminar la tarea que me encomendó Jesús, el Señor: proclamar la buena noticia de que Dios nos ha dispensado su favor.
Pero él respondió: —¿Por qué me desanimáis con vuestro llanto? Estoy dispuesto no solo a dejarme encadenar, sino a morir en Jerusalén por la causa de Jesús, el Señor.
Y añadió: —El Señor que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará del poder de ese filisteo. Entonces Saúl le dijo: —Anda y que el Señor te acompañe.
Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos, te mataré y te arrancaré la cabeza. Y hoy mismo echaré tu cadáver y los cadáveres del campamento filisteo a las aves del cielo y a las fieras del campo. Así sabrá todo el mundo que Israel tiene un Dios.