En su izquierda reposa mi cabeza, con su derecha me abraza.
Te llevaría y te entraría a la casa de mi madre, donde tú me enseñarías y yo te serviría el vino oloroso y mi licor de granadas.
Juradme, muchachas de Jerusalén por las gacelas y ciervas del campo, que no despertaréis ni turbaréis al amor hasta que él quiera.
y otras tantas me ha dicho: «te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil». Con gusto, pues, presumiré de mis flaquezas, para sentir dentro de mí la fuerza de Cristo.
El Dios eterno es tu refugio, por siempre te sostiene entre sus brazos; expulsa de tu presencia al enemigo y te ordena que lo destruyas.