¿Quién es esa que sube del desierto, recostada en el hombro del amor? Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió tu madre, allí donde te concibió y te dio a luz.
Vete y proclama lo siguiente a oídos de Jerusalén: Esto dice el Señor: Recuerdo el cariño de tu juventud, el amor que me tenías de prometida: seguías mis pasos por el desierto, por tierra donde nadie siembra.
Como uvas en el desierto, así fue mi encuentro con Israel. Como brevas en la higuera así elegí a vuestros antepasados; pero cuando llegaron a Baal Peor se consagraron a la ignominia y se hicieron tan abominables como los ídolos que amaban.
Entraron entonces en la casa, vieron al niño con su madre María y, cayendo de rodillas, le adoraron. Sacaron luego los tesoros que llevaban consigo y le ofrecieron oro, incienso y mirra.
Acuérdate del camino que durante cuarenta años el Señor tu Dios te hizo recorrer por el desierto para afligirte y ponerte a prueba, con el fin de conocer las inclinaciones de tu corazón y ver si cumplirías sus mandamientos.
Acuso, pues, recibo de todo, que ha sido más que suficiente. Me siento satisfecho con lo que me habéis enviado por medio de Epafrodito, y que es ofrenda de suave olor y sacrificio que Dios acepta con agrado.
Pero la mujer recibió dos alas de águila real, para que pudiera volar al lugar que tenía destinado en el desierto y ser allí alimentada, lejos de la serpiente, durante tres tiempos y medio.
Apenas recibió el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; todos tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos.