¡Qué hermoso eres, amor mío! ¡Todo es delicia en ti! Nuestro lecho es de hierba,
Tu pueblo se te ofrecerá cuando se manifieste tu poder; con sagrado esplendor, desde el seno de la aurora, como rocío te he engendrado.
Tú eres el más bello de los hombres, en tus labios la gracia se derrama, por eso Dios te bendice por siempre.
¡Qué hermosa eres, amor mío! ¡Qué hermosa eres! ¡Tus ojos son palomas!
Un manzano entre árboles silvestres es mi amado entre los mozos. Me gusta sentarme a su sombra, paladear su dulce fruta.
Mi amor es como un corzo, es como un cervatillo. Mirad, se ha parado tras la tapia, mirando por las ventanas, espiando entre las rejas.
Esa es la litera de Salomón, escoltada por sesenta valientes, de lo más escogido de Israel:
Yo dormía con el corazón en vela y escuché la voz de mi amor: —Ábreme, hermana y compañera mía, mi paloma sin defecto, que traigo la cabeza cubierta de rocío y los rizos mojados del relente nocturno.
Me levanté para abrirle a mi amor: mis manos goteaban mirra y mis dedos mirra líquida sobre el cerrojo de la puerta.
Tu cabeza se levanta igual que el monte Carmelo, tu cabello es como púrpura que a un rey enreda en sus trenzas.
¡Qué felicidad y qué hermosura! El pan hará florecer a los muchachos y el vino nuevo a las muchachas.