A todo el que escuche el mensaje profético de este libro, solemnemente le advierto: Si añade algo, Dios hará caer sobre él las calamidades consignadas en este libro.
Y aunque nadie los persiga, tropezarán los unos con los otros como se tropieza a la vista de la espada. No podréis resistir delante de vuestros enemigos.
Esto es, pues, lo que os digo y os recomiendo en nombre del Señor: ¡No os comportéis más como los paganos, dejándoos llevar por sus criterios sin consistencia!
Y que nadie en este asunto atropelle o conculque los derechos de su hermano porque, como ya os dijimos e insistimos en su día, el Señor hará justicia de todas estas cosas.
¡Dichoso quien lee y dichosos los que prestan atención a este mensaje profético y cumplen lo que en él está escrito! Porque la hora final está al caer.
Vi luego en el cielo otra señal formidable y maravillosa: siete ángeles llevaban las siete últimas calamidades con las que había de consumarse la ira de Dios.
Y los siete ángeles que llevaban las siete calamidades salieron del Templo vestidos con sus resplandecientes túnicas de lino puro, y con su pecho ceñido de bandas doradas.
Pero la bestia fue hecha prisionera, y con ella el falso profeta, el que, realizando prodigios a favor de la bestia, había logrado seducir a cuantos se dejaron tatuar la marca de la bestia y adoraron su imagen. Ambos fueron arrojados vivos al lago ardiente de fuego y azufre.
Y el diablo, el que los había seducido, fue arrojado al lago de fuego y azufre donde, en compañía de la bestia y del falso profeta, sufrirá tormento por siempre, día y noche sin cesar.
Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a cada una de las iglesias para que sea testigo de todos estos acontecimientos. Yo que soy vástago y estirpe de David y astro radiante de la mañana.
Pero él me dijo: —¿Qué haces? Yo soy un simple servidor como tú y tus hermanos los profetas, como todos los que prestan atención al mensaje de este libro. A Dios debes adorar.