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Referencias Cruzadas

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Apocalipsis 18:8

La Palabra (versión española)

Pero en un solo día vendrán sobre ella las calamidades que tiene merecidas —muerte, luto y hambre— y quedará abrasada por el fuego. Poderoso es para ello el Señor Dios que la condenó.

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18 Referencias Cruzadas  

Si es cuestión de fuerza, ahí está su poder; si se trata de justicia, ¿quién lo emplazará?

Solo una cosa ha dicho Dios, dos cosas yo he oído: que de Dios es el poder

Aquel día el Señor castigará con su espadón, sólido y fuerte, a Leviatán, serpiente huidiza, a Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón del mar.

Son la cabeza el anciano y el noble; la cola, el profeta experto en mentiras.

Aquí me tienes, insolente —oráculo de Dios, Señor del universo—, que ya ha llegado tu día, el momento de rendir cuentas.

pero es poderoso su rescatador, se llama Señor del universo; defenderá la causa de ellos: así traerá paz a la tierra y terror a la gente de Babel.

Así dice el Señor del universo: La ancha muralla de Babilonia será destruida sin remedio, sus altas puertas, quemadas; ha sido inútil el esfuerzo de los pueblos, para ser pasto del fuego se afanaron las naciones.

Huid de en medio de Babilonia, poned a salvo vuestras vidas, no perezcáis por su culpa; que es la hora de la venganza del Señor, el día en que les dará su merecido.

El Señor alza la voz al frente de su ejército; son innumerables sus tropas y fuerte el que ejecuta su palabra. El día del Señor es grandioso y temible: ¿quién podrá resistirlo?

A no ser que pretendamos provocar la ira del Señor. ¿Nos creemos acaso más fuertes que él?

diciendo: —Gracias, Señor Dios, dueño de todo, tú que existes desde siempre, porque con tu inmenso poder has establecido tu reinado.

Pero un día, los diez cuernos que has visto, y la bestia misma, traicionarán a la prostituta; la dejarán solitaria y desnuda; comerán sus carnes y la convertirán en pasto de las llamas.

Y la mujer que has visto, es la gran ciudad, la que impera sobre los reyes de la tierra.

¡Un instante ha bastado para arrasar tanta riqueza! A su vez, los capitanes de barco, los oficiales, los marineros y todos cuantos faenan en el mar, se mantenían de pie a lo lejos

Y, echándose polvo sobre la cabeza, lloraban y se lamentaban, diciendo: —¡Desgraciada de ti, la gran ciudad, fuente de riqueza para cuantos surcaban los mares con sus barcos! ¡Un instante ha bastado para convertirte en ruinas!

Y el coro celestial repetía: —¡Aleluya! El humo de su hoguera sigue subiendo por siempre.




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