Cuanto se procuró de lujos y placeres, dadle de tormentos y desdichas. Ved cómo alardea en su interior: «Ocupo un trono de reina; no soy viuda y jamás conoceré el dolor».
Entonces dijo el rey a Amán: —Vete de inmediato, toma las vestiduras y el caballo, como acabas de sugerir, y haz eso mismo con Mardoqueo, el judío que está sentado a la puerta del palacio real. No descuides ningún detalle de lo que has dicho.
¡Qué solitaria se encuentra la ciudad superpoblada! Ha quedado como viuda la grande ante las naciones. La reina de las provincias se ha convertido en esclava.
La soberbia de tu corazón te ha engañado; tú, que habitas en lugares rocosos, asentada sobre las alturas, dices en tu corazón: «¿Quién me derribará por tierra?».
Esto sucederá a la ciudad alegre, la que vivía confiada diciendo en su corazón: «Solo yo y nadie más». ¡Cómo ha quedado asolada, convertida en guarida de bestias! Todo el que pase junto a ella silbará y agitará su mano.
Porque ella emborrachó con el vino de su desenfrenada lujuria a gentes de toda procedencia; adulteró con los reyes de la tierra, y a costa de su lujo desmedido se enriquecieron los traficantes del mundo.