y proclamó con fuerte voz: —¡Por fin cayó Babilonia, la poderosa! Hoy es mansión de demonios, guarida de espíritus impuros y de toda clase de aves inmundas y asquerosas.
Tú profetízales lo siguiente. Les dirás: El Señor ruge desde lo alto, clama desde su santa morada; ruge sin parar contra su pastizal, grita como los pisadores de uva contra todos los habitantes del país.
se tumbará allí el ganado, rebaños de toda especie; incluso el pelícano y el erizo dormirán en sus capiteles; el búho ululará en las ventanas y los cuervos [graznarán] en los umbrales; el artesonado de cedro ha quedado al descubierto.
Sus cadáveres estarán expuestos al público en la plaza de la gran ciudad a la que se da el nombre simbólico de Sodoma y Egipto, y en la que fue también crucificado su Señor.
Salió del Templo otro ángel y gritó con voz poderosa al que estaba sentado en la nube: —Empuña tu hoz y comienza a segar. Es el tiempo de la siega, pues ya está la mies en sazón.
Un segundo ángel lo seguía, proclamando: —¡Por fin cayó la orgullosa Babilonia, la que emborrachó al mundo entero con el vino de su desenfrenada lujuria!
La gran ciudad se partió en tres; se desmoronaron las restantes ciudades del mundo, y Dios se acordó de la orgullosa Babilonia para hacerle apurar hasta las heces la copa de su terrible indignación.
Estremecidos de horror ante el suplicio, exclamarán desde lejos: —¡Desgraciada de ti, la gran ciudad, Babilonia, la ciudad tan poderosa! ¡Un instante ha bastado para consumarse tu condena!
Un ángel poderoso levantó entonces un gran peñasco, como una gigantesca rueda de molino, y lo arrojó al mar, exclamando: —Así, violentamente, será arrojada Babilonia, la gran ciudad, y nunca más se sabrá de ella.