El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates. El agua del río se secó y el cauce quedó convertido en camino para los reyes procedentes del este.
El Señor secará el canal de Egipto, descargará su mano contra el Éufrates, su potente aliento lo golpeará, dividiéndolo en siete riachuelos, y podrá ser cruzado en sandalias.
Desde el oriente, entre tanto, subía otro ángel, que llevaba consigo el sello del Dios vivo y que gritaba con voz poderosa a los cuatro ángeles encargados de arrasar la tierra y el mar.