Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el libro. Él me contestó: —Tómalo y cómetelo. Aunque te amargue las entrañas, será en tu boca dulce como la miel.
Si encontraba tus palabras las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón. ¡Yo era reconocido por tu nombre: Señor, Dios del universo!
Tomé, pues, el libro de la mano del ángel y me lo comí. Y resultó verdaderamente dulce como la miel en mi boca, pero amargo en mis entrañas una vez que me lo comí.