Cuando Mefibóset, hijo de Jonatán y nieto de Saúl, llegó ante David, inclinó la cabeza e hizo una reverencia. David le preguntó: —¿Eres Mefibóset? Él contestó: —Aquí está tu servidor.
El rey dijo a Sibá: —Todo lo de Mefibóset ahora es tuyo. Y Sibá le dijo: —¡Me postro a tus pies! ¡Que pueda seguir contando con el favor de mi señor el rey!
Por otra parte, Jonatán, el hijo de Saúl, tenía un hijo parapléjico. Tenía cinco años cuando llegó de Jezrael la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán. La nodriza lo tomó en brazos para huir, pero con las prisas de la huida el niño cayó y quedó cojo. Se llamaba Mefibóset.
Cuando el criado se marchó, David salió de su escondite, cayó a tierra ante él y se postró tres veces. Después se abrazaron el uno al otro y estuvieron llorando juntos hasta que David se recuperó.