El rey ordenó a Joab, jefe de su ejército: —Recorre todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba y haz el censo de la población, para que pueda conocer su número.
Joab, el hijo de Seruyá, comenzó a hacer el censo, pero no lo concluyó, pues por su causa se desencadenó la cólera del Señor sobre Israel. Por eso, sus resultados no se registraron en los anales del rey David.
El enviado del Señor irrumpió en el campamento asirio y mató a ciento ochenta y cinco mil soldados; al levantarse los asirios por la mañana, no había más que cadáveres.
He oído, Señor, tu proclama y respeto tu actuación. Hazla realidad en medio de los tiempos, dala a conocer en el curso de los años; en momentos de ira, acuérdate de la misericordia.
Al mirar, vi un caballo amarillo montado por un jinete que se llamaba «Muerte». Detrás de él galopaba el «Abismo», ambos con poder para aniquilar la cuarta parte de la tierra valiéndose de la espada, el hambre, la peste y los animales salvajes.
Pero el Señor castigó a la gente de Bet Semes por mirar el Arca del Señor, hiriendo a setenta de sus hombres. El pueblo hizo duelo por el duro castigo que el Señor le había infligido.