Pero Abisay, el hijo de Seruyá, salió en su ayuda, atacó al filisteo y lo mató. Entonces los hombres de David le hicieron jurar diciendo: —No vuelvas a salir con nosotros a la guerra, para que no apagues la lámpara de Israel.
A su hijo le dejaré solo una tribu, para que mi siervo David conserve siempre su lámpara ante mí en Jerusalén, la ciudad que escogí como residencia de mi nombre.
¿Quién de entre vosotros respeta al Señor? ¿Quién hace caso a la voz de su siervo? El que ande entre tinieblas sin un rayo de luz, que confíe en el nombre del Señor, que se apoye en su Dios.
Tengo que soportar la ira del Señor hasta que se haga cargo de mi causa y restablezca mi derecho, pues he pecado contra el Señor. Él me llevará hasta la luz y me hará experimentar su victoria.
Jesús se dirigió de nuevo a los judíos y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.