Cuando Ajitófel vio que no ponían en práctica su consejo, aparejó el burro y se marchó a casa, a su ciudad. Luego puso en orden su casa, se ahorcó y murió, siendo enterrado en el sepulcro de su padre.
Ordeno, además, que a cualquier persona que infrinja este decreto se le arranque una viga de su casa, sea empalado en ella y se convierta su casa en un montón de escombros.
Hizo colgar de un árbol al rey de Ay y lo mantuvo así hasta la puesta del sol en que ordenó bajar el cadáver del árbol; luego lo dejaron tirado junto a la puerta de la ciudad y lo cubrieron con un gran montón de piedras, que existe todavía hoy.
Entonces Samuel dijo a todo el pueblo: —¿Habéis visto al elegido del Señor? En todo el pueblo no hay quien se le pueda comparar. Y todo el pueblo aclamó: —¡Viva el rey!