Ella le dijo: —Su majestad pida a Dios que el defensor de la sangre no aumente las desgracias, acabando con mi hijo. Él afirmó: —¡Vive Dios, que nadie tocará ni un pelo de tu hijo!
Porque os juro por el Señor, el Salvador de Israel, que, aunque se trate de mi hijo Jonatán, tendrá que morir. Pero ninguno de los presentes le respondió.