Así que me acerqué y lo rematé, pues comprendí que no sobreviviría a su caída. Luego tomé la corona de su cabeza y el brazalete de su brazo y se los traigo aquí a mi señor.
Se apoderó de la corona real, la corona que pesaba treinta y tres kilos de oro, y de una piedra preciosa, que David puso sobre su cabeza, y sacó de la ciudad un inmenso botín.
Entonces Joyadá sacó al hijo del rey, le entregó la corona y el testimonio, lo ungió y lo proclamó rey; finalmente aplaudieron, aclamándolo: —¡Viva el rey!
Y Adoni Bécec dijo: —Setenta reyes, con los pulgares de manos y pies cortados, recogían migajas bajo mi mesa. Dios me ha pagado según mi conducta. Lo llevaron a Jerusalén y allí murió.
Él llamó enseguida a su escudero y le dijo: —Saca tu espada y mátame. Para que no se diga de mí que una mujer me dio muerte. Su escudero lo atravesó con la espada, y murió.
Entonces el rey dijo a Doeg: —Acércate tú y mata a los sacerdotes. Doeg, el edomita, se acercó y mató personalmente a los sacerdotes. Aquel día mató a ochenta y cinco hombres que vestían efod de lino.