¿Pensáis que proyecté todo esto a la ligera? ¿O que mis planes están guiados por el interés humano hasta el punto de que para mí es igual el «sí» que el «no»?
Pero, ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Cuando digáis «sí», sea sí; y cuando digáis «no», sea no. De ese modo no incurriréis en condenación.
Aquí estoy contra los profetas que tienen falsos sueños —oráculo del Señor—, que luego los cuentan y extravían a mi pueblo con sus mentiras y sus pretensiones. Y resulta que yo ni los envié ni les di ninguna orden. Por eso, no pueden ser útiles a este pueblo —oráculo del Señor—.
Si de algo nos sentimos orgullosos es de que la conciencia nos asegura que nuestro comportamiento con todo el mundo, y particularmente con vosotros, ha estado presidido por la sencillez y la franqueza que Dios inspira; es decir, ha sido fruto del favor divino y no del humano saber.
Le dieron setenta siclos de plata del templo de Baal Berit, con los que Abimélec contrató a unos hombres miserables y vagabundos, que se fueron con él.
Fui allá a impulsos de una revelación divina, y en privado comuniqué a los dirigentes principales el evangelio que anuncio entre los no judíos. Lo hice para que no resultara que tanto ahora como antes estuviera afanándome inútilmente.