Se levantó aquella noche el faraón junto con sus cortesanos y todos los egipcios, y un alarido inmenso se oyó en todo Egipto porque no había casa en donde no hubiera algún muerto.
Gritad, pastores, y dad ayes, revolcaos, mayorales del ganado, que ha llegado el tiempo de la matanza, el tiempo de vuestra dispersión; caeréis como carneros cebados.
Os pasará como a quien huye de un león y se topa de pronto con un oso; o como al que entra en su casa, apoya la mano en la pared y lo muerde una serpiente.
—Mañana a estas horas te enviaré a un hombre de la región de Benjamín y tú lo ungirás como jefe de mi pueblo Israel. Él defenderá a mi pueblo del poder de los filisteos, pues he visto el sufrimiento de mi pueblo y me han llegado sus lamentos.