Informaron a Saúl de que David había ido a Queilá y dijo: —Dios lo ha puesto en mis manos, pues al meterse en una ciudad con puertas y cerrojos ha quedado encerrado.
Decía el enemigo: «los perseguiré, los alcanzaré, me repartiré sus despojos, y mi codicia saciaré. Desenvainaré mi espada; con mi poder los destruiré».
David se estableció en los refugios del desierto y vivió en los montes del desierto de Zif. Durante todo ese tiempo Saúl lo estuvo buscando, pero Dios lo libró de sus manos.