David llegó a Nob donde estaba el sacerdote Ajimélec. Este salió asustado a su encuentro y le preguntó: —¿Cómo es que vienes solo, sin nadie que te acompañe?
Pero el anciano insistió: —Yo también soy profeta, como tú, y un ángel me ha ordenado, de parte del Señor, que te lleve conmigo a mi casa para que comas y bebas algo. Así lo engañó
El caso es que al principio no tenía reparo en comer con los no judíos. Pero llegaron algunos pertenecientes al círculo de Santiago, y entonces Pedro comenzó a distanciarse y a evitar el trato con los no judíos, como si tuviera miedo a los partidarios de la circuncisión.
Entonces Saúl dijo a Mical: —¿Por qué me has engañado así, dejando escapar a mi enemigo para que se ponga a salvo? Y Mical le contestó: —Porque me ha amenazado con matarme si no lo dejaba escapar.
David le respondió: —El rey me ha encomendado una misión y me ha dicho que nadie debía saber nada del asunto que me ha encargado y de la misión que me ha encomendado. En cuanto a mis subordinados, los he citado en un lugar determinado.
David le dijo: —Ya me di cuenta aquel día de que estaba allí Doeg, el edomita, y que le contaría todo a Saúl. Yo soy el responsable de la muerte de toda la familia de tu padre.
Doeg, el edomita, que se hallaba entre los servidores de Saúl, intervino diciendo: —Yo vi al hijo de Jesé cuando fue a Nob a ver a Ajimélec, el hijo de Ajitub.