Jehú se levantó, entró en la casa, y el joven profeta vertió el aceite sobre su cabeza, diciéndole: —Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo te consagro como rey de Israel, el pueblo del Señor.
Tu presencia irradia riqueza y gloria, Tú eres soberano de todo, en tu mano están la fuerza y la grandeza y con tu mano engrandeces y fortaleces a todos.
Una copa hay en la mano del Señor, un vino espumoso mezclado con especias; de él escancia y los malvados de la tierra lo beben, lo apuran hasta el fondo.
Y tendrán que reconocer los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al árbol chaparro, que seco el árbol verde y hago reverdecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo digo y lo hago.