A lo que el oferente respondía: —Primero se ha de quemar la grasa, después podrás coger lo que quieras. Entonces el otro replicaba: —No. Me la das ahora mismo, o me la llevo por la fuerza.
Todo lo contrario de los gobernadores que me precedieron y que abrumaron al pueblo cobrándole más de cuarenta siclos cada día por el pan y el vino, además de que sus servidores tiranizaban al pueblo. Yo no actué de esa manera por respeto a Dios.
Así dice el Señor contra los profetas que extravían a mi pueblo: Mientras tienen algo que comer, proclaman: «Todo es paz», pero declaran una guerra santa a quien se niega a llenarles la boca.
Los danitas le contestaron: —Calla de una vez, no sea que algunos de los nuestros pierdan la paciencia y arremetan contra vosotros, con lo que tú y tu familia perderíais la vida.
Incluso antes de que se quemara la grasa, llegaba el ayudante del sacerdote y decía al que estaba ofreciendo el sacrificio: —Dame la carne para asársela al sacerdote, pues él no te aceptará carne asada, sino cruda.