Después de Ejud vino Sangar, hijo de Anat. Derrotó a los filisteos, que eran seiscientos hombres, valiéndose de una aguijada para conducir bueyes. También él salvó a Israel.
Luego David se ciñó la espada de Saúl sobre sus ropas e intentó andar, pero no estaba entrenado. Entonces le dijo a Saúl: —No puedo moverme con esto, porque no estoy entrenado. Se quitó, pues, todo aquello de encima,
echó mano a su zurrón, sacó una piedra, la lanzó con la honda y le pegó en la frente al filisteo. La piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces al suelo.
Luego echó a correr y se detuvo junto al filisteo, agarró su espada, la desenvainó, lo remató y le cortó con ella la cabeza. Vieron los filisteos que su campeón había muerto y salieron huyendo.
Tú mismo lo viste y te alegraste, cuando se jugó la vida, matando al filisteo, con lo que el Señor concedió a Israel una gran victoria. ¿Por qué habrías de mancharte con sangre inocente, matando a David sin motivo?
David preguntó a Ajimélec: —¿No tienes a mano una lanza o una espada? Pues, como la misión encomendada por el rey era urgente, no he traído ni mi espada ni mis armas.