Por eso, el día del combate ninguno de los que acompañaban a Saúl y a Jonatán tenían espadas y lanzas. Solo las tenían Saúl y su hijo Jonatán.
Pero este tesoro lo guardamos en vasijas de barro para que conste que su extraordinario valor procede de Dios y no de nosotros.
Preferían dioses nuevos; la guerra les llegaba a las puertas; no se veía un escudo, ni una lanza entre los cuarenta mil de Israel.
Afilar rejas o azadas costaba dos tercios de siclo y un tercio afilar hachas o arreglar aguijadas.
Y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin espadas ni lanzas, pues esta es la guerra del Señor y él os entregará en nuestro poder.
Y así, con la honda y la piedra, David venció al filisteo; lo golpeó y lo mató sin empuñar espada.