Samuel dijo a Saúl: —¡Has perdido el juicio! Si hubieras guardado el precepto que el Señor tu Dios te impuso, el Señor habría consolidado para siempre tu reinado sobre Israel.
Después de haber hecho el censo de la población, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: —He cometido un grave delito haciendo esto. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, pues he sido muy insensato.
El Señor recorre toda la tierra con su mirada para fortalecer a los que le son plenamente fieles. Pero tú, en esta ocasión, has perdido la cabeza. Por eso, a partir de ahora tendrás guerras.
le salió al encuentro el profeta Jehú, hijo de Jananí, para decirle: —¿Así que ayudas al malvado y amas a los que odian al Señor? Por eso, te ha castigado el Señor.
—Me arrepiento de haber elegido rey a Saúl, pues me ha vuelto la espalda y no ha cumplido mis órdenes. Samuel se entristeció y estuvo suplicando al Señor toda la noche.
Samuel respondió: —¿Acaso el Señor valora más los holocaustos y sacrificios que la obediencia a su palabra? Mira, la obediencia vale más que el sacrificio y la docilidad más que la grasa de carneros.
El Señor dijo a Samuel: —¿Hasta cuándo vas a seguir llorando por Saúl, si yo mismo lo he rechazado como rey de Israel? Llena tu cuerno de aceite y prepárate que voy a enviarte a Jesé, el de Belén, pues me he elegido un rey entre sus hijos.
Saúl le dijo: —He pecado. Regresa, David, hijo mío, que no volveré a hacerte daño, pues hoy has respetado mi vida. He sido un insensato y me he equivocado del todo.