Ni aun por su padre, ni por su madre, ni por su hermano, ni por su hermana se ha de contaminar, cuando ellos murieren; porque la consagración de su Dios está sobre su cabeza.
Y si alguno muriere junto a él muy de repente, de modo que se contamine la cabeza de su nazareato, raerá su cabeza el día en que se purificare; en el día séptimo la raerá.