Y aun no acababa de hablar en mi corazón, cuando he aquí a Rebeca, que salía con su cántaro sobre el hombro; y bajó a la fuente, y sacó agua. Y yo le dije: Ruégote me dés de beber.
Levantóse pues y se fué a Sarepta; y al llegar a la entrada de la ciudad, he aquí que allí estaba una mujer viuda que iba recogiendo palitos; y él la llamó, diciendo: Ruégote me traigas un poco de agua en una vasija, para que beba.
No tendrán hambre, ni tendrán sed, y no los herirá calor ni sol; porque Aquel que tiene de ellos compasión, los conducirá, y junto a los manaderos de aguas los guiará.
Le dice por tanto la mujer samaritana: ¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy mujer samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).