Habiendo purificado vuestras almas, en virtud de vuestra obediencia a la verdad, para amor no fingido de los hermanos, amaos los unos a los otros fervientemente, con sencillo corazón;
Y ahora ruégote, señora, no como si te escribiera algún mandamiento nuevo, sino aquel mismo que hemos tenido desde el principio, que nos amemos los unos a los otros.