oráculo del que oye las palabras de Dios, del que conoce la ciencia del altísimo, del que ve lo que el todopoderoso le hace ver, cae en éxtasis y se abren sus ojos.
Aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Sobre la carne ofrecida en sacrificio a los ídolos, está claro que todos tenemos la ciencia suficiente. Pero la ciencia envanece; lo único verdaderamente provechoso es el amor.
Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca: una estrella se destaca de Jacob, surge un cetro de Israel. Aplasta las sienes de Moab y el cráneo de los hijos de Set.