pues no os salieron a recibir con pan y agua en vuestro viaje cuando veníais de Egipto, sino que llamaron a Balaán, hijo de Beor, desde Petor, en Mesopotamia, y le pagaron para que te maldijese.
¡Dichoso tú, Israel! / ¿Quién como tú, pueblo vencedor? / Dios es el escudo que te protege, / la espada en marcha / que te conduce al triunfo. / Te adularán tus enemigos / para corromperte, / pero tú aplastarás su orgullo'.
Pueblo mío, recuerda lo que tramaba contra ti Balac, rey de Moab, y lo que contestó Balaán, hijo de Beor. Acuérdate de Sitín y de Guilgal, para que conozcas las obras justas del Señor'.
Balaán dijo a Balac: 'Quédate aquí, junto a tu holocausto, mientras yo voy a ver si el Señor sale a mi encuentro; lo que me dé a conocer, eso te diré'. Se fue hacia un monte desnudo,
Ven, por favor, y maldice a este pueblo, que es más numeroso que yo; a ver si podemos derrotarlo y expulsarlo, pues yo sé que es bendito aquel a quien tú bendices y maldito aquel a quien tú maldices'.
El Señor, tu Dios, te ha bendecido en todas tus empresas. Él ha velado tu peregrinación a través de este vasto desierto. Cuarenta años hace ya que te acompaña el Señor, tu Dios, sin que te falte nada.
Azarías, de la familia de Sadoc y sumo sacerdote, le dijo: 'Desde que vinieron a traer las ofrendas al templo del Señor, hemos comido hasta saciarnos y ha sobrado en abundancia porque el Señor ha bendecido a su pueblo; aquí está amontonado lo que sobra'.
Su raza será renombrada entre las naciones y sus vástagos en medio de los pueblos. Todos cuantos los vean reconocerán que son la raza bendita del Señor.