El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano;
'Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, que prefieren rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea todo el mundo. Os aseguro que ya recibieron su recompensa.
Pero los que se atienen al cumplimiento de la ley están bajo maldición, como dice la Escritura: Maldito sea el que no cumple todo lo que está escrito en la ley.
Sus jueces juzgan por soborno, sus sacerdotes enseñan por salario, sus profetas profetizan por dinero y luego se apoyan en el Señor diciendo: '¿Es que no está el Señor en medio de nosotros? ¡Ninguna desgracia nos alcanzará!'.
Vienen a ti en masa, mi pueblo se sienta delante de ti, escucha tus palabras; pero luego no las ponen en práctica, porque tienen en su boca la mentira y su corazón va tras la ganancia injusta.
¿Dónde están los dioses que te has fabricado? ¡Levántense ellos a ver si te salvan en el tiempo de tu angustia! Porque tan numerosos como tus ciudades son tus dioses, oh Judá.
Me buscan ellos día tras día, se afanan por saber mis caminos, como un pueblo que practicara la justicia y no se apartara del derecho de su Dios; me interrogan sobre las leyes justas, desean la cercanía de Dios:
Cuando extendéis las manos, aparto mis ojos de vosotros; aunque multipliquéis vuestras plegarias, no las escucho. Vuestras manos están llenas de sangre.