Como era la víspera de la pascua, para que no quedaran los cuerpos en la cruz el sábado -pues era un día muy solemne-, los judíos rogaron a Pilato que se les quebraran las piernas y los quitaran.
Al rey de Ay lo colgó de un árbol hasta la tarde; a la puesta del sol mandó que descolgaran el cadáver y lo tiraran a la puerta de la ciudad. Y echaron sobre él un gran montón de piedras, que todavía existe hoy.