Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su capa, salió fuera y se quedó de pie a la entrada de la cueva. Y una voz le preguntó: '¿Qué haces aquí, Elías?'.
Los marineros, aterrados, comenzaron a invocar cada uno a su dios; luego echaron al mar la carga para aligerar el peso. Jonás, mientras tanto, que había bajado al fondo de la nave, se había acostado y dormía profundamente.
Yo me decía: No pensaré más en él, no hablaré más en su nombre. Pero había en mi corazón como un fuego abrasador encerrado en mis huesos; me he agotado en contenerlo y no lo he podido soportar.
El Señor hizo brotar una planta de ricino, que creció sobre Jonás para dar sombra a su cabeza y librarle así de una insolación. Jonás experimentó gran alegría por aquel ricino.