Vestíos de luto; lamentaos, sacerdotes; lanzad gritos, ministros del altar; venid, pasad la noche en sacos, ministros de mi Dios, porque la casa de vuestro Dios se ha quedado sin sacrificio y sin ofrenda.
Que entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: 'Perdona a tu pueblo, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio, a la burla de las gentes. ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?'.
¿Son ministros de Cristo? Voy a decir una locura: yo mucho más que ellos. Más en trabajos, más en prisiones; en palizas, inmensamente más; en peligros de muerte, muchas veces.
Y vosotros seréis llamados sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios se os denominará. Comeréis las riquezas de los pueblos y os adornaréis con su magnificencia.
Todo esto, además del holocausto diario, con sus correspondientes ofrendas de pan y de vino, según lo prescrito. Es una ofrenda de olor agradable quemada en honor del Señor.
Y cuando te pregunten: ¿Por qué gimes?, les dirás: Por una noticia, a cuya llegada se derretirá todo corazón, desmayarán todos los brazos, se consternará todo ánimo y todas las rodillas vacilarán. Ya llega, ya se cumple, dice el Señor Dios'.
Las correspondientes ofrendas de vino serán de cuatro litros por novillo, de dos litros y medio por carnero y de dos litros por cordero. Éste es el holocausto para todos los meses del año.