Si el animal hubiese sido despedazado, lo traerá para testimonio, pero no pagará nada por el animal despedazado.
Nunca te he traído los animales desgarrados por las fieras; yo pagaba el daño de mi bolsillo; lo robado, tanto de noche como de día, tú me lo reclamabas.
Pero si no se lo encuentra, el dueño de la casa comparecerá ante Dios y jurará que no ha puesto la mano en las cosas de su prójimo.
Pero si el animal ha sido robado en su casa, se lo pagará a su dueño.
Si uno pide prestado un animal de otro y se daña o muere en ausencia del dueño, deberá pagarlo.