Cuando Moisés tenía sus brazos alzados vencía Israel, y cuando los bajaba vencía Amalec.
Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar levantando sus manos limpias, sin ira ni rencores.
Confesaos los pecados unos a otros y rezad unos por otros, para que os curéis. La oración fervorosa del justo tiene un gran poder.
Tú cuentas los pasos de mi vida errante, mis lágrimas están recogidas en tu odre, todo está consignado en tu libro de notas.
Sobre la necesidad de orar siempre sin desfallecer jamás, les dijo esta parábola:
Josué hizo como le había ordenado Moisés, y luchó contra Amalec. Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima de la colina.
Como se le cansaban los brazos a Moisés, tomaron una piedra y se la pusieron debajo. Él se sentó encima, y Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. De este modo los brazos de Moisés se sostuvieron en alto hasta la puesta del sol.
Josué no retiró la mano que tenía extendida con la jabalina hasta que todos los habitantes de Ay fueron exterminados.
Gracias a ti derrotábamos a nuestros enemigos, por tu nombre aplastábamos a nuestros agresores.