Había criado a una cierta Hedisa, es decir, Ester, hija de un tío suyo, huérfana de padre y madre. Era muy bella y hermosa, y a la muerte de sus padres, Mardoqueo la había tomado como hija suya.
Cuando le llegó el turno a Ester, hija de Abijail, tío de Mardoqueo, a la que había adoptado por hija, no pidió más que lo que le había indicado Hegué, eunuco del rey y guardián de las mujeres. Pero Ester conquistaba a cuantos la veían.
Tus dos hijos, Manasés y Efraín, que te nacieron en el país de Egipto antes de que yo viniese aquí contigo, son míos: Efraín y Manasés serán míos como Rubén y Simeón.
Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre al hacer que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos de verdad. Si el mundo no nos conoce, es porque no le ha conocido a él.
Ester no reveló ni su origen ni su familia, según le había mandado Mardoqueo, pues ella continuaba haciendo todo lo que le decía, como cuando estaba bajo su tutela.
Aquel mismo día el rey Asuero regaló a la reina Ester la casa de Amán, el enemigo de los judíos, y Mardoqueo fue presentado al rey, pues Ester le había revelado lo que era para ella.