El año primero de Baltasar, rey de Babilonia, Daniel, mientras estaba en la cama, tuvo un sueño y pasaron por su espíritu unas visiones. En seguida puso por escrito el sueño.
Finalmente vino a mi presencia Daniel, llamado Baltasar según el nombre de mi Dios, hombre en quien está el espíritu del Dios santo, y le conté el sueño.
Dios concedió a aquellos cuatro jóvenes ciencia e inteligencia en materia de escritura y en sabiduría. Daniel, en particular, sabía interpretar toda clase de visiones y sueños.
El profeta que haya tenido un sueño, que cuente su sueño. Y aquel que ha recibido mi palabra, que anuncie fielmente mi palabra. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? -dice el Señor-.
Yo seguía contemplando en mis visiones nocturnas: En las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y se presentó ante él.
Cuando hablaron los siete truenos, me dispuse a escribir; pero oí una voz del cielo, que decía: 'Ten en secreto lo que han dicho los siete truenos, y no lo escribas'.
Pues todo lo que ha sido escrito en el pasado, lo fue para nuestra enseñanza, a fin de que por la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras tengamos esperanza.
A continuación, y siempre en mi visión nocturna, vi una cuarta bestia terrible, espantosa, extraordinariamente fuerte. Tenía enormes dientes de hierro, comía y trituraba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas; era diferente de todas las otras bestias que la habían precedido y tenía diez cuernos.
El año treinta, el mes cuarto, el día cinco del mes, me encontraba yo entre los deportados junto al río Quebar, cuando se abrieron los cielos y contemplé visiones divinas.
Todas las naciones estarán sujetas a él, a su hijo y a su nieto, hasta que le llegue la hora también a su país; entonces lo subyugarán muchas naciones y reyes poderosos.
Después de todo esto, la palabra del Señor fue dirigida a Abrán en una visión. Dijo: 'No temas, Abrán, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande'.
Jeremías, pues, tomó otro libro y se lo entregó a su secretario Baruc, hijo de Nerías, el cual escribió en él, al dictado de Jeremías, todas las palabras del libro que había quemado Joaquín, rey de Judá. Fueron añadidas además otras muchas del mismo género.