mudó de color y le asaltaron terribles pensamientos; se le relajaron las articulaciones de sus caderas y sus rodillas se pusieron a temblar una contra otra.
Los reyes de la tierra, los príncipes, los generales, los ricos, los poderosos, todos los hombres, esclavos y libres, se escondieron en las cavernas y en las rocas de las montañas.
Quedé así yo solo contemplando esta imponente visión; me sentí sin fuerzas, pálido el rostro casi hasta desvanecerme, porque las fuerzas me abandonaban.
Preguntad y mirad: ¿puede dar a luz un varón? ¿Por qué, si no, veo a todo hombre con las manos en las caderas como mujer en parto? ¿Por qué todos los rostros descompuestos, lívidos?