Yo, el presbítero, al queridísimo Gayo, a quien quiero de verdad.
Amémonos no de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad.
Doy gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno de vosotros, excepto a Crispo y Gayo.
Os saluda Gayo, huésped mío y de toda la comunidad.
El desorden cundió por toda la ciudad y se lanzaron a una hacia el teatro, arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de Pablo.
Le acompañaban Sópatros, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe, y Timoteo; y los asiáticos Tíquico y Trófimo.
Y así lo hicieron, enviándolo a los presbíteros por medio de Bernabé y Saulo.
A los presbíteros que hay entre vosotros los exhorto yo, presbítero también, testigo de los sufrimientos de Cristo y participante en la gloria que habrá de manifestarse en el futuro:
Queridísimo, deseo que prosperen todas tus cosas y que tu salud corporal sea tan buena como la espiritual.