Por eso aquel día las tropas entraron furtivamente en la ciudad, como entra la gente avergonzada de haber huido en la batalla.
David subía la pendiente de los olivos; subía llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos, y todo el pueblo que le acompañaba iba también con la cabeza cubierta y llorando.
Y aquel día la victoria se cambió en luto para todo el ejército, porque aquel día el ejército supo que el rey estaba afligido por su hijo.
El rey se había cubierto el rostro y daba grandes gritos: '¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!'.
Joab, hijo de Sarvia, se dio cuenta de que el corazón del rey se había inclinado hacia Absalón.