David se dio cuenta de que sus servidores cuchicheaban entre sí y comprendió que el niño había muerto. David les preguntó: '¿Ha muerto el niño?'. Le respondieron: 'Sí, ha muerto'.
Al séptimo día murió el niño. Los servidores de David tenían miedo de decírselo, pues pensaban: 'Si, cuando el niño vivía, le hablábamos y no quiso escucharnos, ¿cómo le diremos que el niño ha muerto? Hará un desatino'.
Entonces David se levantó del suelo, se bañó, se perfumó, cambió sus ropas, entró en el templo y adoró al Señor. Volvió a su casa, pidió que le sirviesen de comer y comió.