Elí tenía noventa y ocho años, sus ojos se habían quedado fijos y ya no veía.
Un día Elí permanecía acostado en su habitación. Sus ojos se habían debilitado y ya no podía ver.
La duración de nuestra vida es de setenta años, la de los más fuertes, ochenta, pero en su mayor parte no son más que trabajos y miseria, pues pasan aprisa y nosotros volamos.
Así lo hizo; fue a Silo, y entró en la casa de Ajías. Ajías no podía ver, pues, por la vejez, tenía los ojos apagados.
Isaac era ya viejo y se había quedado ciego. Llamó a su hijo mayor, Esaú, y le dijo: '¡Hijo mío!'. 'Aquí estoy', respondió él.
Elí oyó el rumor de aquellos gritos, y preguntó: '¿Qué significa este ruido tumultuoso?'. Y aquel hombre fue deprisa a informar a Elí.