El filisteo se acercó más y más a David, precedido de su escudero.
El asta de su lanza era como el enjullo del tejedor, y su punta de hierro pesaba unos siete kilos. Marchaba delante de él su escudero.
David tomó su cayado, escogió en el torrente cinco piedras bien lisas y las metió en su zurrón de pastor; tomó la honda y avanzó hacia el filisteo.
Miró el filisteo, vio a David y le despreció, porque era joven, rubio y de buena presencia.
El Señor dijo a Josué: 'Extiende hacia Ay la jabalina que tienes en la mano, porque te la voy a entregar'. Y Josué extendió hacia la ciudad la jabalina que tenía en la mano.