Después de todo esto, la palabra del Señor fue dirigida a Abrán en una visión. Dijo: 'No temas, Abrán, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande'.
Pero Saúl y su ejército perdonaron la vida a Agag y a lo mejor de las ovejas y de las vacas, a las más gordas y a los corderos; es decir, respetaron todo lo de valor, pero destruyeron lo que no valía nada.
'Me arrepiento de haber hecho a Saúl rey de Israel, porque se ha apartado de mí y no ha cumplido mis órdenes'. Samuel se entristeció y estuvo toda la noche rogando al Señor.