Los demonios que salían de la gente gritaban: —¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que él era el Mesías.
Allí Jesús sanó a mucha gente que tenía diferentes enfermedades, y también expulsó a muchos demonios. Pero no dejaba hablar a esos demonios, porque ellos lo conocían.
Pero las cosas que aquí se dicen se escribieron para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que así, por medio de su poder reciban la vida eterna.
Pero Jesús no respondió nada. Entonces el jefe de los sacerdotes le dijo: —Dinos por Dios, quien vive para siempre, si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios.
Después, Jesús le dijo: —¡Escucha bien esto! No le digas a nadie lo que sucedió. Vete a donde está el sacerdote, y lleva la ofrenda que Moisés ordenó. Así los sacerdotes serán testigos de que ya no tienes esa enfermedad.
Al anochecer, la gente llevó a muchas personas que tenían demonios. Jesús echó a los demonios con una sola palabra, y también sanó a todos los enfermos que estaban allí.
Jesús fue a verla, y ordenó que la fiebre se le quitara. La fiebre se le quitó, y la suegra de Simón se levantó y les dio de comer a los que estaban en la casa.