Los enemigos de Jesús querían arrestarlo y entregarlo al gobernador romano. Pero, como no tenían de qué acusarlo, enviaron a unos espías para que se hicieran pasar por personas buenas y vigilaran en qué momento Jesús decía algo malo.
»La gente, en tono burlón, me grita: “¡Hay terror por todas partes!” También los oigo cuando dicen: “¡Vamos a denunciarlo!” Hasta mis mejores amigos quieren que yo cometa un error; buscan cómo ponerme una trampa para derrotarme y vengarse de mí.
La gente comenzó a hacer planes en contra de Jeremías. Decían: «Acusémoslo de algún crimen, y así lo callaremos para siempre. De todos modos, nunca nos faltará un sacerdote que nos enseñe la ley, ni un sabio que nos dé consejos, ni un profeta que nos hable de parte de Dios».
12 (11) Por el este, los atacaron los sirios; por el oeste, los filisteos. De un solo bocado se tragaron a Israel. A pesar de todo esto, el enojo de Dios no se ha calmado; nos sigue amenazando todavía.
»¡Qué mal les va a ir a ustedes, los maestros de la Ley! Porque saben muy bien lo que significa conocer a Dios, pero no hacen nada por conocerlo, ni dejan que otros lo conozcan.»